Desde la oscuridad

Junio señalaba en Persia la mudanza del sultán a los palacios de verano. Obligado por la amenaza del alfanje, el pueblo se agolpaba para mostrar sumisión a la comitiva, especialmente cuando el enorme palanquín imperial acarreado por elefantes recorría las calles de Isfahán. Como extranjero también tuve que postrarme y mirar al suelo. Por el rabillo del ojo observé a un andrajoso erguido entre la multitud. Los soldados ignoraron su presencia, nadie parecía verle.

Al alejarse el desfile me acerqué a él con curiosidad. Los harapos que le malvestían despedían un hedor insoportable. Le pregunté por qué se le permitía ignorar la obligatoria genuflexión:

"Soy más poderoso que el sultán. Guardo los secretos de todas las familias. Si la muerte me llegara inesperada, mis mensajeros difundirían la verdad. El imperio desaparecería en horas.  

Soy el que observa y escucha desde la oscuridad de desagües y cloacas.

Soy el fontanero imperial."